¿Dónde tiene su origen este dicho? Esta expresión surge a raíz de la exhaustiva evaluación que realizan los expertos cuando miran los dientes de un caballo. Con esta acción analizan qué edad tiene, su salud, el tipo de dieta que sigue, su procedencia... Por ese motivo, obtienen mucha información realizando este gesto. Al comprarlos, lo tenían en cuenta para valorar si merecía la pena o era demasiado mayor y, por tanto, no servía. De esta manera, buscaban apreciar sus defectos para considerar si era apto o no.
Y volviendo a nuestra vida diaria... ¿Qué significa este refrán? Que cuando te regalan algo no debes mirar sus defectos, ni cuando te invitan a algún sitio, criticar de manera negativa y despectiva sus características o los hechos que allí ocurren. Evitar un análisis exhaustivo, poniendo en duda su calidad o resaltando sus fallos. En su lugar, aceptar con agrado, de forma cortés y educada, aunque a simple vista no nos guste o pensemos que no lo merecemos.
¿Y por qué no hacerlo? Porque más allá del objeto en sí, está la voluntad de la otra persona. Si criticas el regalo, de manera indirecta o directa estás desprestigiando a quién tuvo el detalle contigo. Si no valoras ese hecho, estás menospreciando una actitud desinteresada y la mejor de las intenciones para manifestar lo que le importas.
A ninguno de nosotros nos gusta que nos recuerden constantemente nuestros errores y que sólo resalten esa parte negativa, nos gusta que nos valoren en nuestra totalidad. Eso no significa que no seamos conscientes de nuestros defectos, sino que los conocemos, pero no deseamos que nos los repitan día a día porque, por suerte, somos mucho más que circunstancias negativas. Con los regalos ocurre igual, pueden gustarnos más o menos, pero nunca rechazaremos el detalle que tiene alguien, pues es una demostración de afecto que va más allá del regalo en sí.
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