domingo, 17 de agosto de 2014

Promesas

"Nunca digas siempre"

Es tan sencillo y tan ideal cuando se dice algo como "siempre estaré contigo" que nunca nos paramos a pensar en que no es del todo cierto porque no podemos controlar el tiempo ni el futuro. No somos conscientes de lo que significan nuestras palabras, ni de lo que éstas esconden en verdad llevadas a un alto grado. Nos dejamos llevar por la euforia y no medimos las consecuencias que a la larga pueden tener ni lo que supone hacer una promesa. Cuando la hacemos no solo nosotros formamos parte de ella, sino que implicamos a otras personas y es lo que complica el asunto ya que si se rompe, el daño se extenderá a todos. Por eso no me gustan esas personas que hacen promesas que en cualquier momento se pueden esfumar. Es cierto que en ese instante no se piensa en ello, pues sólo piensas en positivo y lo dices con la mejor de las intenciones. Pero cuando las cosas no funcionan y el resultado no es el esperado, te es inevitable pensar en aquellas frases que un día te marcaron. 
 
No me gustan las promesas, los "para siempre" con fecha de caducidad. ¿De qué sirve prometer un futuro incierto, cuando puedes demostrar y regalar un día a día? No queramos correr, las prisas no son buenas y lo que se cuida con tiempo, obtiene buenos frutos. Si se desea ilusionar, es mejor hacerlo con actos y no con palabras. Es más emotivo y se siente de forma más especial cuando se vive algo presente porque te permite disfrutar del momento, sin necesidad de aguardar ni de que te mate la eterna espera. De esta manera, se evitan ciertas dudas que aparecen de repente sin buscarlas y, también, que te invada de la desilusión al ver que lo prometido finalmente no se cumple. Ya lo dice la frase: "si no quieres decepciones, no te hagas ilusiones". Por eso, no hay que olvidar lo importante que es vivir y tener la cabeza y el corazón puestos en el presente.
 
 
Ilusionar con palabras es fácil. Hacerlo con hechos no tanto, por eso tiene más valor.
Ante todo, recuerda pensar antes de actuar.

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