jueves, 31 de diciembre de 2020

Despedidas

2020 era un año que a priori, ilusionaba y prometía mucho, tan sólo por su apariencia. Un número bonito, repetido, par, una nueva decena a estrenar... Ahora que lo pienso, bien dicen que "las apariencias engañan" y, sin duda, esto ha sido algo así.

Sin esperarlo, de la noche a la mañana, todo se truncó y ya no volvimos a vivir la vida igual que la conocíamos hasta entonces. Nos perdimos la primavera por permanecer en nuestros hogares, pero aprendimos nuevas aficiones,incluimos nuevas rutinas, transformamos nuestro día a día y adaptamos nuestra vida a la distancia social. Las constantes llamadas y videollamadas se pusieron a la orden del día, era nuestro medio para sentirnos más cerca y una prueba de quién realmente estaba a tu lado, haciéndose presente. Dibujos, arcoíris y aplausos inundaron las ventanas y balcones de la ciudad, sustituyendo los besos y abrazos que ya no podíamos dar. 

A pesar de perdernos la primavera, nosotros pudimos florecer y retomar una "nueva normalidad" que en nada se parecía a la de antes. El verano llegaba y seguía impidiendo que yo pudiera visitar mi pueblo, pero me dio la oportunidad de conocer otros rincones, esos lugares que no veía desde niña y que no había valorado hasta entonces. La libertad, perderme en mi naturaleza querida, volver a ver el aleteo de una mariposa, la brisa del viento en mi piel... Todo parecía nuevo, todo lo disfruté como si fuera la primera vez que lo vivía, mis sentidos se agudizaron, desde la lentitud y la calma con la que habíamos vivido previamente.

Ya nos habíamos asentado en la nueva rutina, cuando llegó el otoño y, con él, con mi estación favorita, comenzó mi pesadilla. En un abrir y cerrar de ojos, por despiste, perdí mi oportunidad de volver a trabajar y pensé que eso sería lo más horrible de mi año, pero no, había algo mucho peor guardado para mí. La cantidad de personas que perdieron sus vidas te alarman y entristecen, pero cuando lo vives en primera persona todo se acrecienta. Despedidas precipitadas, sin ser despedidas como tal, al no poder decir adiós. Familiares que se fueron solos, en la tristeza y soledad de una cama de hospital, como mi tío, que no merecían un final así. Ese miedo que teníamos al principio de la pandemia, por ser él persona de riesgo, se transformó en sufrimiento, dolor e impotencia ante la cruda realidad. El día de su cumpleaños perdimos a la persona que nos quería como sus propios hijos, ese que tenía tantas ganas de vivir y compartir su tiempo con los suyos, quien valoraba las pequeñas cosas casi tanto como yo y el que necesitaba muy poco para ser feliz y hacer felices a los demás.

Despedimos este año con más ganas que nunca, creemos que así dejaremos todo lo malo a un lado y volverán cosas buenas. Sin embargo y, por desgracia, cambiar de año no hará que el problema desaparezca. Las cosas no son tan fácil como parecen, se necesita del compromiso de todos los que tenemos esperanza en que poco a poco todo cambie y estamos dispuestos a poner de nuestra parte.

Durante este año hemos vivido muchas cosas negativas, nos hemos encontrado piedras o muros en el camino. Pero como de todo lo malo se saca un aprendizaje, aquí expongo brevemente algunos aspectos positivos que me llevo de este año. Gracias a la limitación de personas dentro de los grupos sociales, hemos reforzado la idea de que los amigos de verdad se cuentan con los dedos de una mano y que no necesitamos mucho para ser felices. Hemos aprendido a apreciar a nuestra familia, a conocerlos más al compartir nuestro tiempo con ellos y estrechar esos lazos que nos unen. También hemos sido más solidarios con nuestros vecinos, por ejemplo, y con cada persona a la que pudiéramos ayudar, de un modo o de otro, de forma totalmente desinteresada, solo buscando su bienestar y tratando de hacer la vida un poco más sencilla. Hemos aprendido a demostrar el amor de otras maneras, a dar abrazos y besos sin contacto directo, a sonreír con los ojos, a encender corazones apagados, a alimentar el espíritu y el alma de los que más lo necesitaban. En definitiva, a vivir una vida sencilla, apreciando lo realmente importante y caminando juntos hacia el futuro.


Aunque lo perdamos todo, que nunca nos falte el amor: la fuerza más poderosa de todas, la que no tiene límites y llega a cualquier lugar, la que puede viajar a través del tiempo y de cualquier medio. 

Despedimos el año siendo más resilientes porque aprendimos a superar las dificultades, siendo más humanos, valorando lo que tenemos y comprendiendo que la salud, esa que siempre piden nuestros mayores, es lo más importante de todo porque sin ella, realmente estamos perdidos. 

Por eso, ¡salud para todos!

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